Nuestro anfitrión conducía a nuestro grupo a un aula de preescolar con unas tres docenas de niños felizmente entretenidos con la actividad del día. Todos estaban muy animados y me saludaban alegremente mientras yo iba de mesa en mesa. Todos ellos, excepto un niño de cuatro años. Sergio estaba absorto en sí mismo y ni el colorido, ni la música, ni el ruido a su alrededor podían sacarlo de su soledad. En medio del gran alboroto creado por nuestra intrusiva presencia, este niño de cuatro años se me acercó muy sigilosamente y simplemente se abrazó a mis piernas. Me senté en una de las sillas bajitas de los niños para acoger su fuerte abrazo y mirarle a los ojos. Pero Sergio escondió su cabeza en mi regazo y se limitó a repetir: “mamá, mamá”.
Durante un minuto sagrado, me sentí profundamente conectado con Sergio, a quien sostenía en mi regazo. Conectado conmigo mismo. Con toda la humanidad. Con mi Dios. En un instante, me di cuenta de que estaba entrando en el reino del misterio. No el que pertenece a la categoría de un rompecabezas sin solución, sino el que desentraña verdades más profundas a cada nivel superior de compromiso. Me sentí real, profundamente humano y felizmente divino.
“O somos hermanos y hermanas, o todo lo demás se desmorona”
El papa Francisco ha destacó en muchas ocasiones nuestra fraternidad universal, recordándonos a todos que “nacemos del mismo Padre”. No solo estamos hechos de la misma fuente genética, sino que hemos sido creados por el mismo Dios amoroso que nos da la existencia porque nos ama. ¡Existo porque soy amado! Incondicionalmente. Infinitamente. Eternamente.
¡Qué cambio tan radical con respecto al principio cartesiano de la duda radical, “¡Cogito, ergo sum!”. El encuentro casual con Sergio me llevó a una mayor conciencia de una presencia profunda que exigía una respuesta urgente y real. Cualquier duda que tuviera sobre mi existencia o mi capacidad para marcar la diferencia en nuestro mundo pasó a un segundo plano ante una situación urgente que exigía MI respuesta inmediata. Me enfrentaba a una necesidad expresada por alguien que alzaba su miraba para buscarme y buscaba consuelo. Podría haber dado la espalda a la realidad y todo habría vuelto a desvanecerse en el limbo del vacío y de la oscuridad. Como la hierba que se marchita y se sofoca.
Decidí implicarme. Se forjó un vínculo fraterno. Dos desconocidos ahora están comprometidos el uno con el otro como compañeros de fatigas. El encuentro fortuito se transformó en un momento lleno de gracia.
Encontré un nuevo significado en esta nueva realidad. Me redescubrí a mí mismo, mi vocación, mi Dios.
Ese momento fue innovador, conmovedor. La experiencia de ser parte de una presencia amorosa —para mí y para el niño que sostenía en mi regazo— cambia la forma en que percibimos la realidad. Nunca volvemos a ser los mismos. Quien se sumerge en la temeridad del amor percibe el mundo de otra manera: la luz nunca se apaga. De repente, los problemas hallan solución. Nada es imposible. La bondad se vuelve ilimitada. Los desafíos solo nos hacen más fuertes. Rebosa la alegría. La esperanza no defrauda (…).
Cada viñeta es una ventana que se asoma a lo que significa vivir como si Dios fuera comunión, porque Dios lo es. Te invito a que mires tu propia historia. Piensa en el compañero que permaneció a tu lado durante una época complicada. El alumno que te enseñó la humildad. El Hermano que te ayudó a sentirte apreciado. La comunidad que te sostuvo cuando no podías caminar solo. En esos momentos, viviste la Trinidad. Puede que no lo hayas dicho con palabras, pero lo habrás hecho vida. Y de ese modo, habrás hecho visible el amor de Dios. Eso es lo que revelan las siguientes viñetas.
La fraternidad no es un ideal lejano, sino algo que ya está transcurriendo: en nuestras aulas, en nuestras oficinas, en nuestras obras educativas y en nuestros corazones. Que nosotros, como una Familia Lasaliana, continuemos la sagrada labor de hacer visible el amor del Dios Trino en nuestro mundo, con audacia profética y con gran alegría.
Hno. Armin L. Luistro
Superior General
Descargue la carta pastoral del Superior General.

