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“No hay nada más profético que ser Hermano. Ser Hermano es revolucionario: lo que ustedes representan en el mundo y en la Iglesia es profundamente evangélico”. Con estas palabras concluía la conferencia de la Hna. Gloria Liliana Franco Echeverri, ODN, sobre los desafíos de la vida consagrada en América Latina y el Caribe. La religiosa de la Compañía de María es la actual Presidenta de la Confederación Latinoamericana de Religiosos y Religiosas (CLAR) y dirigió el retiro con el que iniciaba el Encuentro de la Región Latinoamericana Lasallista (RELAL) con el Superior General y su Consejo que se desarrolla esta semana en Medellín (Colombia), entre el 04 y el 09 de septiembre.

Un tiempo de gracia

A lo largo de esta jornada de espiritualidad, la Hna. Liliana Franco invitó a los lasallistas a asumir el Encuentro como “un tiempo de gracia, una posibilidad para otear la voluntad de Dios, y una oportunidad para acrecentar la unidad y vislumbrar horizontes misioneros”. “La novedad la hace el Espíritu y por eso la clave es escucharlo”, dijo.

Nacer del Espíritu, ensanchando el corazón y conscientes de la realidad en la que se inserta la vida consagrada en América Latina y el Caribe, también sugiere transitar nuevos caminos en el seguimiento de Jesús, apasionados por la humanidad. En este sentido la religiosa colombiana destacó varias tendencias que podrían paralizar a la vida religiosa, pero también distintos desbordes que movilizan a los religiosos.

Compartimos, a continuación, algunas palabras que la Hna. Liliana dirigió a los lasallistas, las cuales se recogen también en seis breves videos que pueden contribuir a reflexionar e interiorizar los desafíos de la vida consagrada hoy.

Tendencia a la disminución numérica

 “La vida religiosa tiene el desafío de abrazar su minoridad. Estamos en una época de disminución numérica. Lo que constatamos en las distintas orillas del mundo es que el florecer vocacional de épocas pasadas ya no es una realidad en continentes como Europa y América. Entonces tenemos el desafío de asumir que somos menos, pero en nuestra pequeñez Dios puede seguir obrando milagros, posibilidades y vida nueva”.

“El hecho de que seamos menos no puede ser una justificación para decir que no podemos, que no estamos convidados a insertarnos en distintas realidades geográficas y existenciales. Nuestra minoridad es precisamente la posibilidad de Dios. Hoy, más que la pregunta por cuántos somos, tenemos que respondernos la pregunta por qué nos vertebra, qué clase de religiosas y religiosos somos, cuáles son los valores que tenemos, con qué coraje y pasión apostólica nos situamos, de qué somos capaces en este momento de la historia —con la gracia del Espíritu—”.

“Con frecuencia pienso en los anawin, en los ‘pobres de Yavé’, y pienso que en la lógica del Reino todo se construye desde lo germinal, desde lo pequeño. Creo que precisamente nuestra minoridad puede ser la posibilidad de nuestro Dios”.

Tendencia a acomodarnos

“Tenemos que superar esa tentación a la costumbre. Nos hemos abrigado al amparo de la institucionalidad, de la rutina, de los modos de proceder, y hoy más que nunca hay muchísimos gritos en la historia y en la sociedad. Por eso, tendríamos que permitir que todos esos gritos de nuestro mundo, de nuestro pueblo, lleguen hasta nosotros, nos sacudan, nos incomoden y nos movilicen”.

“Creo que ha habido en estas últimas décadas una tendencia a acomodarnos, con muchísimas justificaciones: porque somos menos, estamos más ancianos o no hay vocaciones. Y precisamente esta coyuntura supone que tengamos el coraje de salir, de visitar otras parcelas donde el Señor nos está diciendo: ¡urge el compromiso de la vida consagrada!”.

“La vida religiosa se construye desde un trípode: profetismo, mística y misión. Y tal vez esta dimensión misionera en estas últimas décadas se ha visto debilitada por distintos factores. Por eso, hoy más que nunca, en este kairós eclesial en el que estamos reflexionando sobre la importancia de la sinodalidad, tendríamos que recrearnos desde la conciencia de que estamos llamados a ‘ser en misión’, a acompañar a nuestro pueblo, caminar con él, y atender de una manera más lúcida y consciente las urgencias de este momento histórico”.

“Hay la tentación de acomodarse, pero existe el grito, el clamor y la llamada permanente de nuestro Dios a ir a esas otras orillas en las que urge el compromiso y la presencia de la vida consagrada”.

Tendencia a homogenizar

“La tendencia a homogenizar es una corriente —que hay en este momento en la Iglesia— a querer que el seguimiento de Jesús reduzca la posibilidad de que cada persona se exprese desde lo que es. Hay una tendencia a querer uniformar: las mismas medias, los mismos modos, los mismos cortes de cabello, el mismo tono de voz al leer… como si seguir a Jesús en la vida religiosa supusiera uniformarnos, y la convicción más profunda es que el Espíritu nos recrea con dones y con carismas distintos”.

“De modo que tenemos que posibilitar que en la Iglesia haya espacio para la diversidad, que la voz de todos pueda resonar, que pueda resonar la capacidad de disentir, de pensar distinto, de enriquecer nuestras vidas comunitarias y cada una de nuestras instituciones, también con ese don particular que Dios le ha dado a las personas”.

“Lógicamente que todo esto desde la conciencia de que quien se siente llamado a la vida religiosa, se siente llamado a un proyecto común, y eso también supone, entonces, salir de sí, kénosis, esfuerzo por construir lo comunitario, pero sin negar la particularidad, sin negar ese don, ese carisma especial y personal, que es el carisma con el que Dios se complace en cada persona, y que precisamente es desde ahí donde cada uno puede contribuir a enriquecer el tejido de los cuerpos apostólicos a los que pertenecemos”.

“Homogenizar es cortarle las alas al Espíritu, negarnos a reconocer que Dios se complace en cada persona de una manera distinta y única. Estamos invitados al nosotros eclesial, y ello supone abrazar y acoger también el don particular”.

Desborde de lo germinal

 “El desborde de lo germinal no es otra cosa que creerle a nuestro Dios, quien opta por lo humano y entonces se encarna. Nuestro Dios decide que su lugar es el pesebre, la cruz, Nazaret”.

La lógica desde donde tenemos que situarnos es la encarnación, la cual privilegia lo fecundo, lo sencillo, lo que aparentemente es incipiente, pero que es, sin duda alguna, el lugar de la manifestación de Dios. Supone creer en los procesos, acompañar a las personas, desvivirnos por lo humano, darle a nuestra cotidianidad el lugar que tiene, donde acontece la revelación de Dios”.

Optar por lo germinal es optar por lo que aparentemente no sirve, no vale, o es irrelevante en la lógica del mundo, pero que en la lógica de Dios es lo que marca la diferencia. Es optar por lo gratuito, es abrazar lo humano, es darnos el tiempo, es darnos la vida”.

Desborde inter

“El desborde inter es esa capacidad que tenemos de ensancharnos, de tejer la red, de vernos más allá de nuestras propias parcelas o guetos en los que a veces nos encerramos los religiosos. Es esa disposición que tenemos a construir y a trabajar con otros en intercongregacionalidad, interculturalidad, interegeneracionalidad. Son desbordes que nos pueden llenar de vida nueva”.

“Estamos hoy más que nunca llamados a trabajar con otros, a echar redes de colaboración en favor de proyectos que tienen que ver con la vida, con la defensa de las culturas, con el cuidado de la Tierra”.

“Hoy también estamos urgidos de diálogo intergeneracional, de esa capacidad de que nos sentemos en la misma mesa los ancianos, los jóvenes, los de edad media, y soñemos verdaderamente la vida religiosa y la Iglesia que queremos, que reconozcamos las fortalezas que hay en cada generación, y que juntos podamos vislumbrar el hacia dónde y ese paso más al que nos llama el Señor”.

“Y lógicamente somos interculturales. El rostro de la Iglesia es cada vez más intercultural. Todas nuestras comunidades se están configurando con la presencia de personas de distintas culturas. Así que tenemos el desafío de que no haya culturas hegemónicas que se ubiquen como si siempre tuvieran la razón, sino que podamos generar espacios para abrazarnos en nuestra diversidad cultural, para acoger las distintas sensibilidades, los ritmos y las maneras de interpretar la vida. No hay una cultura única, hay variedad, y esa variedad surge del amor de Dios y del derroche del Espíritu en nosotros”.

“La vida nueva nos llega en esa capacidad que tengamos de conjugar y de vivir: interculturalidad, intergeneracionalidad e intercongregacionalidad, y esto también desde una dimensión de itinerancia. Hoy la vida religiosa está invitada al movimiento, al compromiso y a la salida, en la lógica de lo que nos ha dicho el Papa Francisco”.

Desborde profético y comunitario

“El desborde profético y comunitario es esa conciencia de que estamos habitando un mundo muy fragmentado: en guerras, xenofóbico, racista, excluyente… es un mundo en el que el Señor nos está invitando a la utopía de lo común, de lo fraterno, y ser hermanos”.

“Ser hermanos en este momento de la historia es absolutamente profético. Este mundo está necesitando de ese abrigo de lo que significa el cuidado, el acompañamiento y el compromiso de un hermano y de una hermana”.

“Me gusta pensar en la manera como se identificaban los primeros cristianos. Les decían: ¿quiénes son ellos?, y sabían quiénes eran por la manera como se amaban: ‘¡miren cómo se aman!’. Hoy, lo contracultural, lo significativo, sería que también la calidad de nuestro amor evidenciara a quién le creemos; que la calidad de nuestra relación fraterna, de nuestro compromiso, de nuestros vínculos, de la manera de expresarnos entre nosotros, hiciera posible y evidenciara lo que significa seguir a Jesús”.

“Este mundo tan roto está necesitando del abrigo y el compromiso de los hermanos. Hermano es el que se dispone a caminar con los otros y ensancha el espacio de su corazón para que haya lugar para otras personas; es el que incluye, el que abriga con amor, el que abre horizontes. ¡Este mundo está necesitando de hermanos y hermanas!”.